- IOALDUNAK DE ITUREN Y ZUBIETA. LA MAGIA DE LOS CENCERROS
“Tun tún tutún”, el
eco ancestral de los cencerros, retumba en los valles verdes y en las montañas
altas y atractivas.
“Tun tún tutún”, el eco mágico de los cencerros, retumba en los bosques
milenarios de hayas y robles, de abedules y castaños, de tejos y alisos.
“Tun tún tutún”, el eco mítico de los cencerros, retumba en puentes, cobijo de
las lamias, y en prados, callados testigos de aquelarres mitológicos.
“Tun tún tutún”, el eco dulce y sonoro de los cencerros, retumba en la regata
del Ezkurra, en su telúrico discurrir buscando el Océano.
“Tun tún tutún”, el eco magnético de los cencerros, retumba, salvaje y libre,
en mi alma y en mi ser, en mi corazón y en mi esencia.
El eco arcaico, profundo, rítmico de los cencerros nos cuenta, a su manera, que
estamos en lo más profundo del invierno, que es el momento de recordarle a la
naturaleza, a la Ama Lurra, que estamos aquí, esperando a que despierte,
esperando a que el sol nos vuelva a regalar luz, calor, vida, esperando a que
las plantas y árboles vuelvan a obsequiarnos con sus frutos nutritivos. Nos
cuenta, que es tiempo de mascaradas, y hablar de mascaradas, en la vieja cultura
del bosque, es hablar de los Yoaldunak de Ituren y Zubieta, esas dos bellas
localidades del valle de Malerreka, un intrincado rincón del Pirineo,
acariciado por la bruma del Bidasoa, el gran río mágico.
Los Yoaldunak
(literalmente, los que tienen yoares, es decir, cencerros), son los personajes
principales de un antiquísimo rito, que hunde sus raíces en lo más profundo de
la vieja tradición de las montañas, y cuyo significado real, tan sólo acertamos
a imaginar, posiblemente, sea este uno de los motivos que lo hacen tan
enigmático. Los Yoaldunes, realizan su viejo rito que se repite año tras año,
desde lo más profundo de los tiempos. También son conocidos como Zanpantzar, si
bien éste nombre proviene de un personaje del carnaval medieval francés llamado
Saint Pansard. El lunes tras el último domingo de enero, los Yoaldunes de
Zubieta visitan Ituren y al día siguiente, se realiza la visita a la inversa.
Es, pues, una bonita excusa para acercarnos a estos parajes bañados por la
regata de Ezkurra, para dejarnos acariciar por la magia del Mendaur, montaña
donde se celebraban aquelarres, para sucumbir al misterio arcaico de estas viejas
mascaradas, una bonita excusa para intentar buscar su esencia más oculta. Tal
vez, no logremos descubrir su significado más profundo, pero te aseguro, amigo
lector, que conquistaran nuestra alma
curiosa de hojarasca y salitre.
Esta bella tradición, se celebra anualmente, el lunes y martes,
tras el último domingo de enero. Antiguamente, se celebraba un lunes y martes
sin determinar entre la Epifanía y el martes siguiente al domingo de
Quinquagésima, que acordaban los mozos reunidos el día de San Antón.
Se respira un ambiente especial en la pequeña plaza de la bella localidad
de Zubieta. Un ambiente de cierta tensión, mezclada con alegría, alegría por el
reencuentro con vecinos que viven fuera del pueblo, alegría por ser los
protagonistas de un ritual milenario. Tras almorzar, los Yoaldunak de
Zubieta, van llegando a los bajos del “ostatu” (bar del pueblo), vestidos con
una camisa blanca, pantalones de mahón y abarkas de goma negra sobre calcetines
de lana. Comienza entonces un ritual que se cumple a rajatabla y se pierde en
la noche de los tiempos, primero se colocan una faja negra, después una enagua
con bordados, prenda que para muchos investigadores representa las fuerzas
femeninas, tan presentes e importantes en las mascaradas invernales. Luego se
ponen una piel de oveja que les cubrirá la zona de la cintura, y sobre ella,
los protagonistas de la fiesta, los cencerros o polunpak de 40 cm. de largo, 11
litros de capacidad y 6 kilos de peso cada uno. Para colocárselos se requiere
la ayuda de otros dos Yoaldunak, mientras uno sujeta los polunpak, otro los
ajusta tensando una cuerda, para lo que incluso tiene que apoyarse con un pie
en el propio pecho del que se está vistiendo. Mikel Laboa recogió una leyenda
en la que se cuenta como un herrero fundía los santos de las iglesias para
hacer los cencerros, componiendo la conocida canción “Ituringo Arotza”. Estos cencerros
van pasando de generación en generación. Sólo falta el Ttuntturro, vistoso
sombrero de tela multicolor con múltiples cintas, encajes y rematado por plumas
de aves, el Hisopo compuesto por una cola de caballo que cuelga de un asa hecha
con cuero y que los Yoaldunak llevan en la mano derecha, y el pañuelo azul a
cuadros en el cuello.
Tras vestirse van saliendo a la plaza sin prisa, se colocan en 2
filas y al toque de cuerno, que lleva uno de los que va en cabeza, empiezan a
caminar marcando el ritmo de los cencerros a golpe de espalda y riñón, lanzando
gritos de vez en cuando para mantener el compás, dan dos vueltas a la plaza y
se dirigen en dirección a Ituren, llegados al molino de Zubieta, montan en
carros y coches que les llevan hasta el barrio de Aurtitz, fruto de los nuevos
tiempos.
En éste barrio de Ituren se les juntan el primer grupo de Yoaldunak, su vestimenta es similar, sólo se diferencian en que los de Ituren cubren con la piel de oveja también los hombros, visten camisas de cuadros y pañuelo al cuello rojo. Juntos se dirigen hacía el barrio de Lasaga donde se unen los restantes Yoaldunak, en total 52, éste último grupo va acompañado de un lobo y un oso que se abalanzan sobre los visitantes. Todos entran en Ituren bajo el impresionante y estremecedor sonido de 104 cencerros.
Son muchas las teorías y estudios realizados sobre las mascaradas
invernales, y especialmente sobre ésta de Ituren y Zubieta, muy similares a
otras que encontramos por gran parte del territorio de la Vieja Europa, desde
Galicia o Cantabria, hasta Los Balcanes. Una teoría conocida es la que afirma
que la misión de éste rito es la de despertar a la naturaleza, dormida en
invierno, y propiciar su fecundidad, para ello utilizan los cencerros, y el
hisopo con el que acarician la tierra siguiendo el ritmo al caminar. También
pudieran tener un sentido de protección contra los malos espíritus. Existen
muchísimas otras teorías basadas en ritos iniciáticos, en la costumbre de los
pueblos de la zona de galopar por los bosques con cencerros en la cintura para
ahuyentar a las fieras, hasta simples visitas de buena vecindad. O, tal vez,
haya un poco de todo ello.
Lo cierto es que todo en éstas mascaradas invernales es mágico,
hay algo especial que se respira en el ambiente, los Yoaldunak van sin prisa,
concentrados en su tarea, conscientes de realizar un rito ancestral heredado
directamente de sus antepasados.
La importancia que éste rito ha tenido tradicionalmente para los
pobladores de la montaña navarra, queda demostrada en el hecho de que
antiguamente, los Yoaldunak no podían quitarse los cencerros en los días que
dura el carnaval, tenían que dormir boca abajo, y debido a la presión que ejercían
sobre el cuerpo sólo se podían alimentar de caldo.
Actualmente esto no sucede, sin embargo cualquiera que se acerque a éstas localidades en su carnaval, podrá ver la importancia que tienen ser Yoaldun, padres e hijos comparten ésta condición, como posiblemente lo hicieron sus abuelos, y a juzgar por lo que allí se ve, lo harán sus nietos, al fin y al cabo y como dicen allí, nadie quiere dejar de ser Yoaldun.
Muchos elementos nos dan datos para múltiples interpretaciones, la
piel de oveja, las plumas, el hisopo, los cencerros tan importantes en todo el
ciclo invernal, las enaguas, el oso que despierta de su letargo invernal
considerado, a pesar de su fiereza como protector de las aldeas y un animal
directamente relacionado con la luna. Todo con un claro eje central desde mi
punto de vista, la relación directa con la naturaleza. Es un rito que se pierde
en lo más profundo de nuestra cultura, y que nunca conseguiremos descifrar
completamente, y tal vez sea mejor así, pues de ésta manera seguirá manteniendo
su magia.
Sentados entre las
brumas de la regata del Ezkurra, al abrigo de las alturas del Mendaur, vamos
guardando poquito a poco lo vivido en nuestro corazón y nuestra alma,
saboreando cada momento, hemos sido participes del viejo rito de la montaña,
nos hemos dejado embaucar por su magia, por su esencia y por su fuerza arcaica
y libre.
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